ENTREVISTAS

No existen el cielo ni el infierno después de la muerte”... todo se paga en esta vida

“Fui muy mala con mi gente. Me tenían miedo. Te hablo de mis hijos, de mi esposo, de mis sobrinas... y pensé que si ellos me habían perdonado, la vida también lo haría, pero no fue así. La vida me cobró y muy caro una por una todas las cosas malas que hice”.

08/04/2014 20:39:19
Bernardino Vázquez Mazatzi
agendatlaxcala
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*Bernardino Vázquez Mazatzi

No existen el cielo ni el infierno después de la muerte”... todo se paga en esta vida

 “Fui muy mala con mi gente. Me tenían miedo. Te hablo de mis hijos, de mi esposo, de mis sobrinas... y pensé que si ellos me habían perdonado, la vida también lo haría, pero no fue así. La vida me cobró y muy caro una por una todas las cosas malas que hice”.

La que habla es Refugio, una mujer en la silla de ruedas y que vive postrada desde hace siete años en algún lugar de la ciudad de Puebla, aunque es de Tlaxcala. Su familia la llevó ahí para abandonarla, para deshacerse de ella, quizá para vengarse...

“Pues fui de carácter fuerte, muy enojona, y para todo los golpes. Y no creas, yo si estaba bien consciente de lo que hacía, lo planeaba; nada de que se trataba de traumas o de que otra cosa. Mis sobrinas vivieron conmigo cuando vivía mi marido y a ellas les hice la vida de cuadritos. Huy, no era para que me hicieran algo o no me lo hicieran: me las agarraba yo a fregadazos hasta que se me cansaba la mano. A mis hijas también les pegué, siempre, para todo, a todas horas, les reventaba la boca a cachetadas, les jalaba el cabello, les daba de patadas…”

“Sí, todas y todos me agarraron odio. Se iban a refugiar con su padre y él también me las pagaba. Sí pues como tú eres su alcahuete, como son iguales de hijos de su madre, les decía yo. Llegué a pegarle a él. No una vez, muchas”

“Pues no sé por qué era yo así, no lo entiendo si estaba perfectamente lúcida, sabedora de lo que hacía. A mí me parece ahora como una pesadilla o quiero pensar que no fue cierto. Pero no es así. Sé que estoy como estoy por mi culpa y que así he de pagar todo lo que hice. No existen ni el cielo ni el infierno después de la muerte. Todo se paga en esta vida y, óyelo bien, se paga muy caro. Todo lo que hagas se te regresa, sea bueno o malo”

“Desde que estoy inmóvil en esta silla de ruedas he tenido mucho tiempo para pensar en lo que hice, y estoy segura que escupí para arriba y ahora se me cae en la cara; porque maldije a mi familia, a mis hijos, a mi esposo que tanto sufrió conmigo y que todo me dio...a todos rechacé, a todos eché de mi lado y ahora no me alcanzan las horas para arrepentirme, ahora quisiera ¡Un minuto! con uno de ellos”

“No, en ese tiempo pues no pensaba que estaba haciendo mal. Hasta me sentía bien cuando llegaba yo a la casa y pum, todos huían, todos se asustaban: me tenían horror y eso me daba más valor para pegarles porque pues, según yo, así los educaba, o así los trataba porque se lo habían ganado o así los mantenía yo disciplinados”

“Pues no, no me medía gritándoles, reprochándoles, maldiciéndolos. Les decía a mis hijas: imbéciles, no sirven para nada, son una bola de inútiles, ojalá que cuando se casen les rompan la madre sus maridos para que sientan lo que se siente tener unas porquerías como hijas... si al principio se los decía como forma de educación al final ya se los decía yo en serio, porque eso sentía; de veras las odiaba, de veras me caían hasta la coronilla”

“Pues a mi marido le iba peor. Le decía yo: tú no eres hombre para mí, tú en la cama no me haces ni cosquillas. Me dio por decirle que tenía yo a otro y le decía: habías de ser como tal o como cual, esos sí me hacen sentir mujer. Y que ni me llegara oliendo a cerveza o tarde del trabajo. No se la acababa. Le pegaba yo con los platos, con el palo de la escoba, con las cubetas... no, si el pobre me sufrió mucho fácil como quince años o más…”

“... Pues yo no me daba a querer, porque por ejemplo el día de la madre llegaban con un regalo: ten, mamá, felicidades y yo les decía: qué felicidades ni que la chingada, váyanse mucho al diablo ustedes y sus cursilerías... ¡regalos...! y se iban bien tristes los pobres; o el día de mi santo… los mandaba a chingar a su madre con todo y regalo; era yo una mal agradecida con quienes no querían otra cosa que hacerme un obsequio”

“Mi familia lo supo, nuestros compadres. Mi papá vino una vez y me llamó la atención. Me estaba haciendo entender y entonces no me acuerdo qué me dijo y yo que le digo: ultimadamente, tú serás muy mi padre, pero qué chingada madre te importa mi vida, no quiero que te vuelvas a meter en mi vida. Lárgate y no vuelvas a pisar mi casa. Se fue, y en verdad no regresó nunca”

“Mis padrinos y mis compadres también quisieron llamarme la atención y para qué lo hicieron. A mi madrina le pegué. De veras. Le dije: quien jijos les pide opinión: en mi casa yo mando y si me como a mis hijos y a mi marido a ustedes qué demonios les importa. Y que me dice: lo que tú quieres es que alguien te ponga la mano encima porque estás bruta. ¡Para qué me lo dijo! Me le fui encima”

“Pues la vida me cobró un día cualquiera pues, me crucé la calle y no me fijé que ve-nía un camión repartidor de gas y me atropelló. No recuerdo nada. Desperté en el hospital; ya me habían cortado las dos piernas, estaba yo paralizada de la mitad derecha del cuerpo; no, si estaba yo muy mal”

“Sí, en un principio mi familia sí estuvo conmigo, pero poco a poco se fueron retirando hasta que me dejaron sola como una perra en el hospital. Me abandonaron. Pagaban las curaciones, el cuarto, pero había hasta una semana sin que nadie me fuera a ver. Yo todavía pensaba: nomás que salga y me la van a pagar estos hijos de su...”

“Salí pero ya no pude ni gritarles. Ya era yo un estorbo, un trapo viejo. Si querían me sacaban a asolear si no, me dejaban ahí, donde me quedara, en el sol, en el aire... hasta en la lluvia. Y como todos los que se niegan a entender o aceptar su realidad me preguntaba ¿qué hice yo para merecer esto? Y una vez vino alguien y me dijo: ya vez que no es igual; siquiera te hubieras ganado el cariño de tus hijas; entonces comprendí todo”

“Por esos días murió mi esposo de un accidente. No sabes cuánto dolor sentí. Por muchas cosas, por la vida que le di, porque no pude atenderlo en sus últimos minutos de vida, porque no podía valerme por mí sola... le pedí perdón de mil formas, hubiera querido que la vida regresara para ser diferente con él. Pero la vida se cobra todo. Y lo cobra muy, pero muy caro”

“Pues después de que quedé viuda ya poco tiempo viví en la casa que debió ser un hogar y que yo convertí en un infiero. Porque ese infierno yo lo construí y ahora pues como es mío, vivo en él. Entonces como te digo, viví poco porque mis hijas y mis yernos me dijeron: te vamos a llevar a un lugar de rehabilitación y allá te van a cuidar mejor que aquí”

“No dije nada. Supe que mi destino, el que yo me propuse, se iba a cumplir. Me trajeron aquí y desde hace 6 años, sólo he visto una vez a una de mis hijas. No me perdonan. Les he pedido que me perdonen y no espero que lo hagan porque sé que esto que estoy viviendo, me lo merezco”

“sí, sí sé de ellas… una es madre soltera y ya es mamá pero no conozco al nieto; la otra estudió enfermería y se recibió; dicen que trabaja en el Seguro, que le va bien porque ya hasta coche se compró; la menor sé que se juntó con un muchacho también como de veinte años y que le va bien… digo, comparado con mi infierno, donde quiera que estén estarán mejor…”

Refugio ya no llora. Dice que no sabe cómo hacerlo porque hasta eso cree, Dios le ha quitado para evitarle el consuelo.

Dice que no recuerda cuándo fue la última vez que alguien la fue a visitar y le da mucho gusto que la hayamos saludado y que nos interesáramos por su historia. Nos pide dinero y le ofrecemos cien pesos y los toma como si fuera una fortuna; nos da la bendición y nos suplica volver a verla “aunque sea cada medio año, si se pudiera”

*Escritor y Periodista

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