MEXICO

El arte de la Palma sintética: la cara de la pobreza en México.

Con huaraches, callos en las plantas de los pies y las inclemencias del tiempo los vendedores viajan de Oaxaca a Tlaxcala para sobrevivir y comer con lo poco que consiguen vender.

01/01/2017 08:44:48
Luis Castro
agendatlaxcala
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Con huaraches, callos en las plantas de los pies y las inclemencias del tiempo los vendedores viajan de Oaxaca a Tlaxcala para sobrevivir y comer con lo poco que consiguen vender.

Todas las mañanas, Rogelio González Martínez, desayuna con el poco dinero que trae consigo, prepara su pequeño banco y sus productos y con ánimo sale de "la posada" (cuarto que renta con ayuda de otros vendedores) y camina hacia el parque central de la entidad para ofrecer su mercancía, tanto a locales como turistas. Los artículos que venden, bolsas hechas con palma sintética.

En entrevista "Don Rogelio", como le dicen sus compañeros, nos cuenta que lleva más de tres años haciendo ambulantaje informal en la entidad, vendiendo lo que él considera un arte, bolsas hechas con palma sintética, pero que anteriormente las hacía con palma criolla.

Don Rogelio, quien es originario del municipio de Zapotitlán Palmas Huajuapan, del estado de Oaxaca, nos cuenta que, en su comunidad, un grupo de artesanos se reúnen para elaborar las bolsas que comercializan, "cuando ya se junta algo, nos repartimos para vender, algunos se van para Veracruz, Puebla, Oaxaca, Tlaxcala, y Tijuana" menciona.

Se levanta el sombrero de palma que trae consigo, se limpia la frente y continua "Estamos tres o cuatro días, vendemos lo que podemos y regresamos a nuestra tierra, así cada ocho días, ahorita estamos seis haciendo venta, algunos ya tienen más de cinco días trabajando"

Al preguntarle si realmente consiguen ganancias para sobrevivir, Don Rogelio hace una pequeña sonrisa y comenta, "antes hacíamos el trabajo con pura palma criolla, pero todo el santo día teníamos que estar agachados bajo el rayo de sol (...) no se da todo el año,(...) por eso compramos rafia por kilo, aunque es más barata, no alcanza, tenemos que cubrir la mano de obra, los pasajes, la posada, pal taquito; y al final si damos una bolsa en 150 (pesos), dicen que es muy caro y tenemos que bajar el precio (...) ganamos como 40 pesos, a veces salimos perdiendo, pero mientras podamos comer lo que se vendió se vendió".

Al cuestionarle sobre cuantas bolsas vende a día reconoce que cuando le va bien vende entre cuatro o cinco bolsas, pero regularmente consigue vender una o dos, "la vida está muy difícil, imagínese, a la semana a veces solo ganamos 80 pesos, ¿de a cómo está el kilo de tortillas?, cuestiona, antes si alcanzaba, pero ahora ya no, (...) todos los días me pongo de siete de la mañana a siete y media de la noche y no se logra vender más"

Dentro de la plática surgen varias dudas, ¿y tiene familia?, ¿quiénes dependen de usted?, ¿sus hijos lo ayudan?

Don Rogelio responde "Tengo familia, en tu casa, somos cuatro, ahorita, mi esposa, un joven y una señorita, también tengo otros hijos, pero me apeno decirles, mijo dame para vestir, dame pa un taquito (...), mis hijos que ya se casaron tienen que mantener a su familia, ya no queda otra más que seguirle, aunque sea esto poquito, hay vamos"

En ese momento llega una señora con su esposo, le pregunta cuánto cuesta una bolsa y don Rogelio le contesta que 160, se separa inmediatamente de mí y corre a enseñarle más bolsas, la mujer mira a su esposo, y su pareja la mira con ojos que dan a entender que están muy caras, la esposa sigue admirando la bolsa y se limita a decir, ¡regresamos pronto!

Es lo que le digo, comenta Don Rogelio, solo preguntan y si se les hace caro se van, si ellos me hubieran dicho que me daban 100 pesos se las hubiera dado.

¿y entonces por qué no deja de hacer esta actividad?, preguntó curioso, a lo que don Rogelio me responde, "Ese ya es nuestro destino, el vivir con esa artesanía, ya no reniega uno (...), quien nació pa pobre, así terminamos en la vida, quien nació para rico, con poquito se levanta (...), así seguiré, en mis 71 años de vida he trabajado duro y honradamente, pero nunca he dejado de ser pobre (...), mi consuelo es mi virgencita de Guadalupe que me permite seguir viviendo y trabajando.

Después de unos minutos de enseñarme sus artesanías me despido de Don Rogelio, el me da la mano firmemente y me pide, "espero que este mensaje llegue a los gobiernos, para que nos volteen a ver, que no se olviden de nosotros los pobres" culmina despidiéndose de mí. 

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