ENTREVISTAS

Podré odiar a alguien, pero no como para desearle la cárcel

Mi caso es típico de una pelea callejera. Pero también de alguien que no sabe dialogar... de alguien que no sabe dominar sus emociones y sus debilidades; claro que ahora así lo veo, así lo entiendo pero cuando ocurrió lo del asesinato aquel, qué iba yo a entender de eso.

22/05/2014 16:55:25
Bernardino Vázquez Mazatzi
agendatlaxcala
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Doña Gloria nos invitó a conocer el caso de su hermano Pedro, que en esos momentos sufría una crisis emocional y de autoestima. Tenía algunas semanas de haber salido de la cárcel, donde purgó una condena de quince años acusado de homicidio que sí cometió.

Lo encontramos en el jardín de su casa, en la carretera Puebla-Tlaxcala. Tomaba un refresco y fumaba; se hallaba meditabundo. Apenas si nos escuchó llegar y apenas si levantó un poco la vista para ver a los extraños.

Su hermana habló con él en voz baja y lo convenció de platicar con nosotros. Luego de casi una hora nos aceptó recibirnos; ya estaba menos tenso, hasta sonreía y nos hacía bromas. Luego nos platicó su historia.

“Pues mi caso es típico de una pelea callejera. Pero también de alguien que no sabe dialogar... de alguien que no sabe dominar sus emociones y sus debilidades; claro que ahora así lo veo, así lo entiendo pero cuando ocurrió lo del asesinato aquel, qué iba yo a entender de eso... Pero el caso es que pues, se me subió la sangre al cerebro: no entendí razones, no supe lo hice y simplemente lo maté”.

“Bueno pues yo era muy macho, muy cabrón y peleonero como cualquiera de esos estúpidos que se transforman cuando se suben a un carro. En serio. Yo era tranquilo en mi casa, con la familia, pero trabajo era que me subía a un coche porque aguas... que no se me atravesara nadie porque le mentaba la madre, le aventaba el carro, les daba cerrones, me molestaba mucho que alguien me rebasara, le decía: ah sí, muy chingón...”

“Seguido, seguido me agarraba yo a golpes. Con cualquiera, por cualquier cosa. Nomás era cosa que se me parara alguien enfrente y luego: ¡órale, pendejo, avanza, qué, no puedes o qué! No, y que no se me pusieran al brinco porque luego me bajaba yo con un bate en la mano y ¡Va, buey, éntrale si tienes...! Varias veces me rompieron la madre, para que te miento... pero era yo bien broncas”.

“Sí, mira, en mis últimos días de libertad yo hasta andaba armado. La pistola con que maté a ese señor la compré como medio año antes a un policía de Santa Ana. Él me vendió las balas y hasta me enseñó a usarla. Lo que pasa es que ya me la traía yo con el difunto, ya nos habíamos dado un entre porque le menté la madre. Esa vez se bajó de su combi porque era del servicio público y yo qué, buey, qué transa, éntrale, jijo de... y pues le di en la madre”.

“Una segunda vez iba yo para Zacatelco y adelante de Acuitlapilco que veo que una camioneta se iba frenando y yo que le echo el coche y más adelante que se frena en plena carretera y dije, este buey quiere pedo, pos va... que le digo oríllate. Y ya se orilló y ya que me bajo pero de su camioneta se bajaron como siete cabrones, pero yo le dije: solos, buey, órale, solos. Y que dicen sus cuates, va, uno a uno”.

“No, pues le estaba yo dando bien gacho... ya lo tenía yo bien sangrado de la cara y que dice ya, buey, ya. Pero yo ni madres, qué. No sé qué me pasaba cuando me peleaba yo pero no lo quería dejar... el caso es que se me van encima sus cuates y que me ponen en la madre re gacho. Por eso me compré la pistola, porque esa vez nos amenazamos: donde te encuentre te enfrío. Va, le dije”.

“Entonces me compré la 48 especial. Y ya nomás me andaba cuidando porque nomás veía yo una combi y decía yo: hay buey, creo que me vienen siguiendo. Algunas veces me le cerraba a un chofer y no, no era el que buscaba”.

“Mi familia me dijo: vete a México unos días mientras pasa este asunto, pero yo les decía que ni madres, que yo no iba a salir huyendo de un cualquier buey. Me decía mi esposa: y si te matan, qué va a ser de tus hijos. Ah, le dije a mi esposa, entonces tú quieres que yo enseñe a mis hijos a cobardes. No, señora, yo quiero que mis hijos se sientan orgullosos de que a su padre se le respeta y que no se va a dejar de nadie, ni ahora ni nunca. No, le dije, cómo crees, yo a ese buey me lo quiebro. No es pieza para mí”.

“Pues el caso es que una vez unos bueyes que dizque eran mis amigos me dijeron que supieron que alguien me quería poner un cuatro, tender una trampa, me explico. Me dijeron así y así le están buscando porque saben por dónde pasas y a qué horas. Y me dijeron que uno de ellos decía que si no me quebraba a mí, se iba a echar a uno de mis hijos, o a mi esposa o iba a violar a mi hija, quesque por un desmadre que yo claramente sabía. Ah, dije yo, ya sé de quién y de qué se trata”.

“Un día me dijeron: fíjate que ese buey que te quiere enfriar ya hasta compró boleto de avión para irse a Estados Unidos una vez que te mande al otro mundo y creo que es para esta semana. Entonces pensé: este jijo va a hacer una pendejada... y de que lloren en mi casa a que lloren la suya... y pues ya que lo voy a buscar a donde estaba jugando. Era domingo y a él le gustaba el futbol y que llego y le digo: quihubo, hijo de tu... qué traes. Y me dice: no manches, ya deja ese pedo, olvídalo”.

“Pero yo no entendía nada. Le saqué el fogón y que le digo: así que ya hasta te vas al norte ¿no?. Pues te vas pero a chingar a tu... y que le suelto cuatro plomazos”.

“Pues fíjate que no, no me eché a correr ni nada, me subí a mi carro y ya me fui a mi casa. No les dije nada a mis hijos, ni a mi esposa; a nadie, pues, hasta que como a las dos de la tarde le fueron a decirle a mi familia lo que había pasado. Mi esposa se puso como loca y me mandó al demonio. Mis hijos me desconocieron en ese mismo instante. Porque déjame decirte, a mi familia la perdí desde ese mismo día”.

“Se armó un pinche desmadre que para qué te cuento. Llegaron mis carnales, mis jefes, mis suegros... ¡qué hiciste, pendejo” y yo pues no les decía nada. Ten tanta lana, y pélate, lárgate porque ya la judicial te anda buscando. Yo todavía vi a mi familia preparar sus cosas porque también se largaron y hasta hoy, no he vuelto a saber de ellos; bueno, como que no los he buscado mucho… no sé qué les voy a decir; no sé cómo van a reaccionar cuando me vuelvan a ver… no sé qué decirles si en los quince años que estuve en el tambo mi ñora sólo dos veces me fue a ver y mis chavos, nunca”.

“…Ah, bueno, pues me agarraron el la TAPO, en México. Porque déjame decirte que como a las dos horas de que le di fondo a ese guey ya sabían quién había sido y hasta por qué. Ya me buscaba la tira. Lo que pasa es que los judiciales llegaron a mi casa y le dieron una calentada a uno de mis hermanos y les dijo para donde me iba. Supieron hasta en qué autobús me iba. El caso es que pues yo pensaba pelarme para Querétaro con una amigos que tengo allá, pero apenas bajé del camión y veo que dos bueyes se me acercan... yo llevaba la pistola en mi sobaco y ya la iba a sacar cuando siento un madrazo por atrás; ni las manos metí”.

“… Sí, me echaron 25 años pero salí antes. Obtuve un beneficio de libertad anticipada. Pero en esos quince años, no sabes lo que se sufre... es el infierno... y lo peor es que fue por una estupidez porque pues ese señor nunca quiso madrugarme, nunca. Él ya se había olvidado de ese asunto y no era cierto que ya hasta había comprado boleto para irse al gabacho... él nunca hizo nada de eso que me dijeron... mis cuates me lo decían pa acalambrarme, pues digamos que pa divertirse, para ver qué hacía yo. Ni ellos ni yo pensamos en las consecuencias de algo así”.

“Pues ya estoy aquí, apenas hace unos días salí y no encuentro el hilo de nada. Ya no hay nada, ni mi familia, ni mis amigos, ni mis cosas... no tengo nada. No entiendo ya la vida; en la cárcel al menos tenía yo con quien platicar pero aquí ni eso porque la gente ya no me habla, me dan la vuelta como si tuviera yo roña. Mi casa la vendieron. Mi jefa falleció cuando cumplí siete años dentro, mi jefe apenas hace un año… mis sobrinos como no me conocen ninguno me pela, nadie me hace caso”.

“En el tambo se sufre, hermano, se sufre la muerte y el infierno juntos, en serio... ahí supe de la muerte de mi madre, la muerte de mi padre, la muerte de mi hermano mayor... y yo ahí metido, sin poder llorarles, sin poder despedirme de ellos, sin acudir a su tumba a dejarles una flor”.

“Me metieron a la cárcel para pagar un delito, pero adentro pagué como mil delitos, pagué hasta lo que no debo... y ahí adentro uno se enseña a hombre pero se llora, se llora adentro y afuera porque te das cuenta que echaste a perder quince años de tu vida... adentro la soledad te mata, te matan los remordimientos, te matan los señalamientos de la familia que ni madres entiende cómo es que fuiste tan desgraciado como para quitarle la vida a un ser humano, te mata el paso lento de los días, de las horas, de los años. Te mata el saber que esta semana, como siempre, nadie te va a ir a visitar…”

“…Bueno, mi esposa que por cierto era muy bonita, me mandó a decir que no me atreviera a buscarla porque me regresaba adentro, uno de mis hijos es arquitecto, otro tiene un negocio enorme de materias primas y mis dos hijas ya se casaron y viven bien… creo que están en Colima. Pero todos me han mandado a decir que no me quieren ver, que alguien que dispone de la existencia de otro semejante no puede ser su padre ni llevar la misma sangre; la única, óiganlo bien, la única que me recibió por caridad es mi hermana y eso con el riesgo de que a ella también la vean feo y la desprecian por mi culpa”.

Pedro nos muestra fotografías de su familia. Efectivamente, su esposa es o fue guapa; luce como una señora distinguida. Conocemos a sus hijos muchachos y adolescentes. Y a él a sus 28 años de edad, en la plenitud de la vida. En una foto aparece con un arma de fuego en las manos como en posición de tiro. Pero ahora no es ni la sombra del pasado. Luce viejo, canoso, con el semblante cansado, sin brillo en los ojos. Está muy delgado. Como enfermo.

La historia de Pedro es conmovedora pero lo es más su consejo.

“Nada es tan importante como para arriesgar la libertad. No tiene ningún caso volverse asesino. La libertad no tiene precio, hermano, nada hay tan hermoso como ser libre... Dios quiera y que tú y nadie de tu familia tenga que pasar por esto que yo viví. Porque ahora sé que podré odiar a alguien, pero nunca como para desearle la cárcel. Si no reflexionas antes de hacer una pendejada no sólo pierdes la libertad o tus mejores años… simplemente lo pierdes todo, todo, óyelo bien”.

Pedro tiene los ojos húmedos. Llora.

Doña Gloria nos hace señas para retirarnos en silencio y así lo hacemos. Agradecemos a la señora su gentileza y en voz baja nos da la bendición y no dice: “cuídense, no echen a perder su vida. Piensen antes de hacer estupideces…”.

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