ENTREVISTA

Sufro acoso sexual… de mi suegro

"Compré cortinas y ahora me encierro a piedra y lodo: le quito la llave a la puerta y la atranco por dentro… aunque la mera verdad, si quiere hacerme algo no le va a costar mucho porque pues las ventanas nomás están sobrepuestas”.

10/09/2014 19:23:25
Bernardino Vázquez Mazatzi
agendatlaxcala
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A Julia le dijimos que todos en este mundo tenemos una historia que contar y ella nos contó la suya. Nos invitó un café en los portales de Tlaxcala y allí nos confió que sufre de acoso sexual por parte del padre de su esposo.

Su marido tiene siete meses en los Estados Unidos a donde fue a trabajar para ganar dólares y con ellos terminar su casita allá, por la colonia Reforma de Chiautempan y prácticamente a la semana de la partida de su pareja, Julia empezó a sospechar que su suegro la veía con ojos extraños. Ahora ese acoso se ha convertido en algo peligroso, amenazador.

“Mira, pues de pronto empecé a ser víctima de coincidencias. Sí, en un principio no lo sospeché. Luego me negué a aceptarlo y finalmente terminé por poner el grito en el cielo: mi suegro me espiaba primero, husmeaba mi ropa y finalmente me pidió que tuviéramos relaciones sexuales”.

“Ah, bueno, pues el baño está al fondo de un cuarto de trebejos pero ese cuarto no tiene luz. El foco está hasta el baño. Y una vez me pareció ver una sombra pero pensé que era una de mis cuñadas o mi suegra. Digamos que esa fue la primera señal. Ahora que sé la verdad me pregunto cuántas veces mi suegro no me espío”.

“Luego, mi ropa interior. No estaba como la había yo dejado. Haz de cuenta que en las mañanas me levanto, le doy de desayunar al niño, lo llevo a la escuela, regreso, me baño, me quito la ropa con todo y pantalón o pants y lo dejo en el cesto de ropa; el caso es que por la tarde me doy cuenta de que mi ropa interior está aparte y claramente se ve que la movieron”.

“Mi marido me dejó en un cuartito en la azotea, en donde pudiera yo estar alejada de mis cuñadas y cuñados, para evitar malos entendidos. Entonces en más de una ocasión me di cuenta que alguien por las noches estuvo frente a mi puerta, parece como si percibiera una presencia extraña cerca de mí”.

“Pero pues, quise creer que mis cuñadas iban por algo de rubor, por crema de manos, por un poco de perfume… o que alguno de mis cuñados arreglaron algo en los tinacos. No sé, no sospechaba nada de mi suegro. Si ahora sé que él era quien me espiaba por las noches, fue porque él mismo me lo dijo”.

“¡Ah! pues que agarra y que me dice, después de que me pidió que tuviéramos relaciones sexuales: pos a poco crees que no veo como en las noches te quitas las ganas sola; no pues si quieres yo te quito la calor”.

“Uy, pues cuando me dijo eso de que nos acostáramos que le doy dos cachetadas pero oye, ¡con todas mis fuerzas!, hasta a mí me dolió la mano. No hizo siquiera el intento de defenderse porque cuando quiso hacerse a un lado o poner las manos ya le había yo dado dos señores madrazos”.

“Pues así, cínicamente, con sus palabras que agarra y que me dice: por qué no me das las… aquellas… te va a gustar; además no le decimos a nadie… como sea tu marido no está y tú estás solita. Yo como que no entendí bien. No me caía el veinte, ¿me entiendes?, y pues le pregunto: a ver ¿cómo está eso? Y que me dice, pues eso: que vayamos a hacer el amor. Bueno, me lo dijo de otra forma más grosera. Y yo pues que le suelto sus cachetadas”.

“Mira, se siente feo. Se le cae a una el mundo encima. Yo pues no lo podía creer: es el padre de mi esposo… me quedé traumada. Y bueno, pues a partir de ahí se fueron armando las piezas. Supe que mi suegro me espiaba en el baño, ya sea por el cuarto de trebejos o por la azotea. Él era quien entraba a mi cuarto a manosear mi ropa interior, él era quien me espiaba por las noches en mi cuarto… ha hecho una serie de estupideces…”.

“Bueno, él me confesó todo esto que te platico. Él me declaró con detalles, caray, desde el momento en que entraba yo al baño, el jabón que uso, el color de mi ropa interior, de qué lado y a qué hora duermo… bueno, me conoce casi tanto como su hijo, mi marido, porque este maldito también me ha visto desnuda, conoce mis prendas, me ve acostada dormida o despierta…”.

“¡Pues claro que lo amenacé! Le dije: ¡mira viejo pendejo, le voy a decir a mi suegra, se lo voy a platicar a sus hijas, a ver qué les parece lo que haces, pinche estúpido! ¡Ay, no! estaba yo re endiablada. Pero este desgraciado que va. Me dice: y a quién crees que le van a creer más, a mí que soy el jefe de la familia o a ti que eres una simple arrimada. Si tú le dices algo a mi mujer o a mis hijas yo digo que tú eres la que se me resbala, la que desde hace tiempo me anda provocando, que por eso te mandé a vivir a la azotea”.

“No, amigo, esto es un infierno. A partir de entonces, cuando estamos todos en la casa: su mujer, sus hijas, sus hijos, sus yernos, no, el señor es toda amabilidad: sírvete, muchacha, de esto, come de esto otro, agarra esto otro. Pero cuando nadie lo ve me cierra el ojo, me manda besos; ay no, muy asqueroso. Luego se agarra de ahí y busca la forma de que yo lo vea. No, amigo, muy feo”.

“No sé, quisiera que alguien me aconsejara qué hacer. Sí, se lo quiero decir a mi suegra, o a mis cuñadas, pero te juro que se llevan muy bien. El desgraciado ese parece un padre y un esposo ejemplar. ¡No me van a creer, nadie me va a creer! ¿Qué pasa si le creen y a mí me corren, qué explicación le doy a mi esposo? Y yo a él pues no se lo puedo decir, no soy capaz”.

“Bueno, todo eso ha cambiado mi forma de ser. Ya casi no convivo con ellos y eso me ha traído dificultades porque piensan que los rechazo a todos. Para bañarme, amigo, caliento agua en una olla y me baño pero vestida. Mi ropa interior, aunque sea sucia, me la llevo al trabajo. Compré cortinas y ahora me encierro a piedra y lodo: le quito la llave a la puerta y la atranco por dentro… aunque la mera verdad, si quiere hacerme algo no le va a costar mucho porque pues las ventanas nomás están sobrepuestas”.

“Fíjate que pensé que ya se le había pasado la locura o que hasta se había arrepentido porque por un tiempo ni me miraba ni nada pero una tarde, cuando todos se iban a una boda en la cuadra, pasó cerca de mí así como si ya se fuera para la puerta y me dice despacito: estas sabrosa, mamacita, al rato regreso, al fin que no va a haber nadie en la casa”.

“No, pa’ qué me dice eso, que lo empujo y que se parte su madre en el umbral. ¡ay, me caí!, dijo el muy pendejo. Y yo pues que agarro mi hijo y que me voy con la vecina que también tenía una pequeña fiesta familiar. Ahí estuve hasta como a las tres de la mañana que regresaron de la boda”.

“Pues no sé qué hacer. No soy de por acá cerca, yo vengo de San Andrés Tuxtla, Veracruz, allá está mi familia. Si me voy es para ya no regresar a esta casa, pero antes tengo que avisarle a mi marido y para eso debo tener una explicación ¿Qué hago? Si le digo a mi suegra no me va a creer. Y si no se lo digo a nadie peor para mí, porque si el desgraciado ese me hace algo les va a parecer extraño que nunca dije nada antes. Hasta van a creer que de verdad me estaba gustando”.

Julia en verdad está preocupada. No tiene muchas opciones. No ve una salida a su problema y teme por su integridad física. Dice que casi no duerme y que la sobresalta hasta el más mínimo ruido en la azotea. Dice que tiene un cuchillo bajo su almohada y jura que lo va a usar en contra de quien se atreva a querer hacerle daño pues eso equivale a que le quieran hacer daño a su hijo de cuatro años. Nosotros le creemos.

Es fuerte físicamente a sus cuarenta y cinco años. Sabe que puede defenderse de su suegro o de cualquiera que le falte al respeto, “tengo fuerzas para partirle la madre a todo aquel que se quiera pasar de listo conmigo… ¿quién jijos de la chingada les ha dicho a los hombres que una mujer sola es una mujer necesitada o urgida, a ver, quién, dime?”

No, pues nadie, le decimos tímidamente.

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